De los tres equipos de la capital de nuestro país, somos el más pequeño. Nuestro palmarés, comparado con los otros dos gigantes capitalinos, es ridículo. Tanto AIK como Djurgardens han ganado once ligas y nosotros únicamente hemos logrado una, precisamente once años atrás. Estamos orgullosos de ella, pero no deja de ser una lástima que sólo hayamos conseguido un título a lo largo de nuestra historia...una historia protagonizada por bastantes perdedores, con pocos triunfos y más platas de las deseadas. Ésta es la triste y verdadera historia del Hammarby, el tercer equipo de Estocolmo.
No nos empezamos a hacer un nombre en panorama futbolístico de nuestro país hasta la década de 1970. Entonces nos consolidamos como un equipo habitual en la Allsvenskan, nuestra masa social comenzó a crecer notablemente y jugamos nuestra primera final, la Copa de 1977, que perdimos ante el Östers IF. Un año más tarde decidimos cambiar la imagen del club y para ello, también nuestros colores. Pasamos de los tradicionales amarillo y negro -colores más propios para un taxi- a combinar blanco con verde. De inicio fue una decisión controvertida, pero uno al final se acaba acostumbrando.
Con nuestros nuevos colores las cosas parecían ir a mejor. Exhibíamos con orgullo nuestra nueva imagen por Suecia y competimos por la liga en 1982 gracias a nuestra fortaleza en casa, especialmente durante la fase regular. Una de nuestras víctimas fue el Göteborg, campeón de la UEFA ese mismo año, que cayó goleado en nuestro estadio en un partido memorable.
A pesar de llegar la final de los play-off para el título, acabamos perdiendo el partido decisivo. Y lo perdimos en casa, por 1-3, desperdiciando así el 1-2 cosechado precisamente ante el Göteborg, que se vengó de la goleada recibida unos pocos meses antes. Aunque el golpe fuese duro, nunca habíamos estado tan cerca del título de liga y teníamos que aprender a valorar lo que habíamos hecho esa temporada. En 1983, el Göteborg nos volvió a arrebatar otro título: en esta ocasión se trataba de la Copa sueca.
Después llegaron los problemas económicos y el descenso de 1988. Encadenamos ascensos y descensos de manera prácticamente consecutiva
durante 10 años, demasiado tiempo para nosotros, que entonces nos
estábamos empezando a acostumbrar a competir con los mejores equipos de
nuestro país pese a no ganar títulos. Fueron años complicados para mi club, que no volvió a la normalidad hasta 1998.
De hecho, estuvimos muy cerca de ganar el título de liga en 1998 siendo un equipo recién ascendido, algo que sí logró el Kaiserslautern esa misma temporada. Fuimos líderes durante muchas jornadas, pero entre la presión, lesiones y alguna sanción no pudimos mantener el liderato y pinchamos con demasiada frecuencia en el tramo final. Finalmente nos tuvimos que conformar con el tercer puesto, que no era poco teniendo en cuenta que un año antes estábamos en Segunda. Entre los jugadores más destacados de ese equipo estaban Lars Eriksson y Hans Eskilsson -este último ahora jugador profesional de póker-.
En cualquier caso, no pudimos igualar los resultados obtenidos en 1998 en las temporadas inmediatamente posteriores. No obstante, pudimos consolidarnos en la Allsvenskan y armar un proyecto que explotaría de manera definitiva -e inesperada- en 2001, el año de nuestras vidas. Porque ése fue el año del título de liga, nuestro único trofeo en 97 años de historia.
Aún seguía Lars Eriksson en nuestra plantilla, pero estaba mejor acompañado que en 1998. Sin embargo, el clima previo a la temporada no era bueno. La prensa atizó al equipo con dureza en los meses de pretemporada y se auguraba un año duro, incluso se hablaba de descenso. Se decía que el equipo era débil porque había muchos jugadores jóvenes cuyo rendimiento era incierto y pocos nombres consagrados.
La situación económica del club tampoco era óptima y a los pocos meses de temporada se anunció que Sören Cratz, nuestro entrenador, no renovaría su contrato porque el fútbol desplegado por nuestro equipo no era suficientemente atractivo y vistoso. Había que buscar jugar de una manera más entretenida y Cratz, según el punto de vista de la directiva, no lo conseguía en el Hammarby.
Ante esta situación adversa, el grupo se unió más si cabe y llegó uno de los títulos más inesperados logrados jamás en Suecia. Andreas Hermansson se destapó como un buen goleador con 14 tantos, Kennedy Bakircioglü explotó como algo más que una promesa, Christer Fursth aportó experiencia y Suleyman Sleyman y Pablo Piñones ya insinuaban que se acabarían convirtiendo en futbolistas importantes para el club con el paso del tiempo.
El partido decisivo lo jugamos en casa ante el Örgryte en la penúltima jornada. Si ganábamos seríamos campeones. Y queríamos ganar la liga en casa para poderla celebrar con nuestra afición. Sufrimos y tuvimos que remontar un resultado adverso, pero al final nos impusimos por 3-2 y lo celebramos a lo grande. 86 años más tarde, ganábamos nuestro primer trofeo.
No siguió Sören Cratz, pero al estar entrenando en el Helsingborgs la temporada siguiente tuvimos la oportunidad de homenajearlo como era debido por su trabajo aquí. No recuerdo ningún precedente en el que un entenador fuera ovacionado de esa manera tras un partido por la afición rival, obligándole a dar la vuelta de honor al estadio. Tristemente, esa derrota (y la vuelta de honor) le acabó costando el puesto como entrenador del Helsingborgs.
Anders Linderoth cogió el testigo de Cratz tras su marcha. Él tuvo que lidiar con toda la euforia posterior al título de liga y la decepción que supuso caer claramente en la previa de Champions ante Partizán. Con él rendimos a un buen nivel en liga, siendo subcampeones en 2003 y terceros en 2006. Precisamente en 2006 Linderoth abandonó el club y desde entonces nos vinimos abajo. Empezamos a alejarnos de la parte alta de la tabla y en 2009 llegó el descenso.
Tras dos temporadas en la Superettan, estamos estancados. De hecho, no parece que vayamos a ascender pronto. No estuvimos cerca en los dos años anteriores y tampoco lo estamos esta temporada. De poco sirvió coleccionar otra medalla de plata en 2010 tras perder, una vez más, la final de Copa. En momentos como éste uno se empieza a plantear si es mejor ser un equipo ascensor, encadenando la alegría del ascenso con la posterior decepción del descenso, o si es mejor esperar un poco más para ascender con un equipo capaz de consolidarse en Primera. Como tengamos que esperar mucho más, tendré claro cuál será mi elección. De momento, parece que tendremos que esperar a la cuarta temporada en la Superettan.
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